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La casa de Patrick Childers |
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José Fernández de la Sota | Helena Hevia |
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Lázaro
Covadlo es uno de los pocos y felices hallazgos literarios que nos ha
deparado, en el ámbito de la literatura hispánica, este ecléctico y soso
fin de siglo. Los relatos de Agujeros negros le valieron el unánime
aplauso de la crítica; Conversación con el monstruo lo reveló como
un versatil novelista; ahora La casa de Patrick Childers confirma
sus excelentes dotes narrativas y, simultáneamente, lo imprevisible de
sus planteamientos literarios. Porque estamos ante una sorprendente mixtura
de novela gótica, experimento metaliterario, cuento de iniciación tardía
y relato de humor, todo en el mismo frasco y convenientemente dosificado.
Raúl Ramírez Collado, empresario industrial y millonario, se cree desahuciado
y decide morir en la mansión de un siniestro suicida llamado Patrick Childers.
Su fantasma –el fantasma de Childers– no tardará en hacerle compañía.
Entretanto, Ramírez huronea en los diarios del muerto, escritos en gaélico,
y escribe el suyo propio entre sus líneas, de manera que todo se entrelaza.
Una regocijante historia donde la gravedad y la ironía juegan a confundirse
(Mondadori, Barcelona, 1999). José Fernández de la Sota. Pérgola, suplemento literario
del diario Bilbao. |
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El
humor
grotesco gana la partida En uno de los cuentos más desasosegantes de su muy memorable libro de relatos Agujeros negros, Lázaro Covadlo, escritor argentino afincado en España, se adentraba en los ominosos recovecos de la mente de un niño loco. Aquel esquinado viaje iba parejo a un sentido del humor desaforado y cruel (muy al estilo de Saki, un malicioso humorista británico que ignoro si será de su gusto). La casa de Patrick Childers, última novela del autor y la que sigue a Agujeros negros –Conversación con el monstruo y Remington Rand, una infancia extraordinaria eran recuperaciones españolas de dos novelas publicadas originalmente en Argentina en 1993 y 1997–, sigue el camino abierto por el cuento antes mencionado: misma atmósfera gótica, misma indefinición en su geografía (pese a pequeños detalles costumbristas, el marco de la novela es fantástico), misma neurosis obsesiva de su protagonista (allí un niño, aquí un lúbrico sexagenario). La diferencia es que aquí el humor grotesco ha ganado la partida. Un humor que no es sólo una cuestión de tono, sino la verdadera clave de la obra. No importa tanto la realidad como la fantasmagoría que ésta es capaz de generar. La forma adoptada es clásica, una novela gótica a la que sólo le faltaría una institutriz como protagonista. En su lugar, un industrial en crisis que se traslada a morir al imprescindible caserón cuyo último morador fue el presumiblemente maligno Patrick Childers.
Pronto aprenderemos a desconfiar del narrador: ¿un monstruo de
mezquindad o sencillamente un paranoico con imaginación? Pocas cosas hay
seguras en esta novela voluntariamente engañosa. Covadlo siembra el relato
de pistas que sugieren más que apuntan. Así, el lector que se empecine
en leerla como una historia clásica quedará defraudado. Su enigma sirve
como decoración, no como razón de ser, y de ahí su modernidad. Sólo hay
un miedo perdurable, parece decir Covadlo, el de la propia muerte. Y con
eso no bromea. Con el resto, sí. Helena
Hevia, El Periódico de Catalunya (Libros), 3 de diciembre de 1999 |
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