La casa de Patrick Childers


La Casa de Patrick Childers

Edita >
MONDADORI
Colección >
Literatura Mondadori (109)
ISBN >
84-397-0422-4
Formato >
13.5 x 22.5 cm.
Páginas >
224

 


 

Críticas


 

 

José Fernández de la Sota Helena Hevia

 

 

 

Lázaro Covadlo es uno de los pocos y felices hallazgos literarios que nos ha deparado, en el ámbito de la literatura hispánica, este ecléctico y soso fin de siglo. Los relatos de Agujeros negros le valieron el unánime aplauso de la crítica; Conversación con el monstruo lo reveló como un versatil novelista; ahora La casa de Patrick Childers confirma sus excelentes dotes narrativas y, simultáneamente, lo imprevisible de sus planteamientos literarios. Porque estamos ante una sorprendente mixtura de novela gótica, experimento metaliterario, cuento de iniciación tardía y relato de humor, todo en el mismo frasco y convenientemente dosificado. Raúl Ramírez Collado, empresario industrial y millonario, se cree desahuciado y decide morir en la mansión de un siniestro suicida llamado Patrick Childers. Su fantasma –el fantasma de Childers– no tardará en hacerle compañía. Entretanto, Ramírez huronea en los diarios del muerto, escritos en gaélico, y escribe el suyo propio entre sus líneas, de manera que todo se entrelaza. Una regocijante historia donde la gravedad y la ironía juegan a confundirse (Mondadori, Barcelona, 1999).

 José Fernández de la Sota. Pérgola, suplemento literario del diario Bilbao.

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El humor grotesco gana la partida 

En uno de los cuentos más desasosegantes de su muy memorable libro de relatos Agujeros negros, Lázaro Covadlo, escritor argentino afincado en España, se adentraba en los ominosos recovecos de la mente de un niño loco. Aquel esquinado viaje iba parejo a un sentido del humor desaforado y cruel (muy al estilo de Saki, un malicioso humorista británico que ignoro si será de su gusto).

            La casa de Patrick Childers, última novela del autor y la que sigue a Agujeros negros Conversación con el monstruo y Remington Rand, una infancia extraordinaria eran recuperaciones españolas de dos novelas publicadas originalmente en Argentina en 1993 y 1997–, sigue el camino abierto por el cuento antes mencionado: misma atmósfera gótica, misma indefinición en su geografía (pese a pequeños detalles costumbristas, el marco de la novela es fantástico), misma neurosis obsesiva de su protagonista (allí un niño, aquí un lúbrico sexagenario).

            La diferencia es que aquí el humor grotesco ha ganado la partida. Un humor que no es sólo una cuestión de tono, sino la verdadera clave de la obra. No importa tanto la realidad como la fantasmagoría que ésta es capaz de generar. La forma adoptada es clásica, una novela gótica a la que sólo le faltaría una institutriz como protagonista. En su lugar, un industrial en crisis que se traslada a morir al imprescindible caserón cuyo último morador fue el presumiblemente maligno Patrick Childers.

            Pronto aprenderemos a desconfiar del narrador: ¿un monstruo de mezquindad o sencillamente un paranoico con imaginación? Pocas cosas hay seguras en esta novela voluntariamente engañosa. Covadlo siembra el relato de pistas que sugieren más que apuntan. Así, el lector que se empecine en leerla como una historia clásica quedará defraudado. Su enigma sirve como decoración, no como razón de ser, y de ahí su modernidad. Sólo hay un miedo perdurable, parece decir Covadlo, el de la propia muerte. Y con eso no bromea. Con el resto, sí. 

Helena Hevia, El Periódico de Catalunya (Libros), 3 de diciembre de 1999 

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