Trayectoria

"Escribir es como hacer el amor, es imposible predecir qué pasará."
 

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Entrevista

 


Unos días antes de que saliera de imprenta la edición española de Conversación con el monstruo, Emecé Editores pidió a Lázaro Covadlo que redactara una breve biografía para incorporar a la carpeta de prensa. Otro tanto le solició Grijalbo-Mondadori, antes de editar Bolero, dos años después. Así que Covadlo refundió ambos trabajos.


 

Trayectoria

No recuerdo dónde leí que toda biografía es ficción y toda ficción es biográfica. Cuando uno escribe sobre sí mismo es inevitable hacer al mismo tiempo un arreglo, el tipo de arreglo que se hace en el salón de la casa cuando se espera que lleguen visitas. Se barre la alfombra, se quita el polvo, se pone un poco de orden y se esconden las ropas que habían quedado tiradas en el sofá o las sillas. Uno deja lo que quiere mostrar; lo que cree que queda bien. Pero lo que uno cree que queda bien da cuenta de los gustos personales; nos habla de la persona, aunque sólo sea de la persona como máscara. Pero, en fin, me han pedido que escriba algo sobre mí mismo y procedo a hacerlo, con la mejor voluntad posible. Sin mala uva, de verdad.

 

MI ABUELO PATERNO FUE UN AVENTURERO QUE LUCHÓ CONTRA LOS BLANCOS DURANTE LA REVOLUCIÓN RUSA

 

Nací en 1937, cuando mis padres eran muy jóvenes. Ellos se conocieron militando en Concentración Obrera, una escisión argentina del Partido Comunista. Se comprenderá que no haya tenido iniciación religiosa; la mística empezó a interesarme seriamente después de los treinta años y después de algunas sesiones de LSD, aunque antes tuve un significativo encuentro con cierto gurú de la escuela de Gurdjieff, y eso ocurrió en la provincia de Chaco, a orillas del río Paraná. Pero volvamos a mis orígenes: Tengo ascendencia judía; mis padres nacieron en Buenos Aires, pero mis abuelos provienen de Rusia, de uno de esos pueblos asolados por progroms como los que aparecen en la película El violinista en el tejado.

 

Este señor era mi abuelo, don Jacobo Garelik, el padre de mi madre. Había nacido en Paritch, un pueblito de la actual Ucrania, en 1888. En la foto posa con una “rubachka”, típica blusa cosaca. Tenía veintidós años, y se la hizo tomar poco antes de abandonar para siempre los territorios del zar.

Abuelo

Esta señorita era mi abuela, Freide Mogilenski, que pocos días después de hacerse fotografiar se casó con Jacobo Garelik. El nuevo matrimonio emigró a Argentina en 1911, donde un año más tarde nació Débora, mi madre.

Abuela

  

Ellos tampoco fueron religiosos; tenían una mezcla de ideas en las que abundaban componentes anarquistas, social demócratas y ciertas influencias de Tolstoi. Emigraron a Sudamérica en la primera década del siglo,

 

Pasaporte

Este era el pasaporte ruso de mi abuelo, con él salió de la Rusia zarista y entró en Argentina.

 

a tiempo de ver los tranvías a caballo y presenciar los festejos del centenario de la Patria: la Patria, ahora, era Argentina. Pero lo que de verdad festejaron mis abuelos, estando en Buenos Aires, fue la Revolución Rusa. Tan grande fue el entusiasmo del padre de mi padre que, en 1919, regresó a su país natal, se unió a los leninistas, y marchó a luchar contra los “blancos”, en la caballería roja, a las órdenes de Budioni. Lo notable del asunto es que Budioni era un cosaco antisemita. También resultaba curioso el hecho de que mi abuelo no había aprendido a montar en Rusia, sino en el campo argentino, con esa clase de gente que el escritor Gerchunof retrató en su libro Los gauchos judíos. Debo decir que antes había estado prófugo de la policía argentina, posiblemente por asuntos de anarquismo y peleas con rufianes. Al respecto, alguna vez se dijo que se cargó a un macarra de la asociación prostibularia integrada por judíos que respondía al nombre de Zwi Migdal, aunque quien sabe si en realidad no estuvo metido en asuntos de contrabando. Sí, quién sabe. Al parecer, mi abuelo era lo que hoy en día se llama “un sujeto conflictivo”. En 1922 a mi abuela le llegó una comunicación haciéndole saber que su marido había muerto en combate. Puede que así haya sido, pero también es posible que lo hubieran fusilado por orden del antisemita Budioni. Además, no debe olvidarse que mi abuelo provenía del anarquismo. Eso no les gustaría a los bolcheviques. El hecho es que tal vez para mi abuela haya sido un alivio. A poco ella volvió a casarse. Algunas veces, cuando de niño hacía tropelías, oía decir que había salido a mi abuelo.

 

El abuelo anarcobolchevique

Este hombre con carita de ángel era Baruj Covadlo (originariamente Kowadlo), el abuelo que nunca conocí, salvo por referencias y rumores. ¿Mató a un rufián de la Zwi Migdal? ¿Combatió contra los polacos contrarevolucionarios en la caballería roja? ¿Murió en combate o lo fusilaron sus propios camaradas? En la fotografía se lo ve muy “compadrito”. He oído decir que los porteños de aquel tiempo lo consideraban un “ruso” raro, sobre todo porque era muy aficionado a un género musical entonces muy reciente: el tango. Otra cosa en común: también a mí me gusta el tango. Pienso en las figuras de aquel entonces: Betinoti, Gabino Ezeiza, Pascual Contursi, Eduardo Arolas. Después llegó Gardel; después llegaron otros grandes, pero ninguno como ellos.

  

Jack London me regaló el sueño de la aventura y la narrativa

 

Durante los primeros años de mi infancia mis padres continuaban en Concentración Obrera, y recuerdo a un exiliado republicano que vino a dormir a casa y estuvo más de dos semanas contando sus batallitas. Era un catalán de Sabadell, obrero textil. Con el tiempo se puso a comerciar con géneros de confección y ganó mucho dinero; en los cincuenta montó un par de hoteles en Mar del Plata y durante bastantes temporadas veraneamos gratis. Con el tiempo el hombre dejó de ser comunista. También mis padres dejaron de serlo.
Mi padre tenía título de ingeniero. En 1943, el Gobierno argentino lo contrató como inspector de telecomunicaciones para la gobernación (hoy provincia) de Santa Cruz.

A la Patagonia

Aquí se me puede ver a los seis años (en 1943), a bordo del “Chaco”, buque de carga que también llevaba pasajeros. La foto ha sido tomada desde un muelle del puerto de Buenos Aires, unos minutos antes de zarpar. Veinte días más tarde arribaríamos a las costas Río Gallegos, en la gobernación (actualmente provincia) de Santa Cruz. La indumentaria que llevo ha sido idea de mi madre, que se obstinó en disfrazarme de gaucho, aunque el conjunto no es del todo gauchesco.

  

Durante un año viví en la Patagonia, y a esa edad aprendí a montar a caballo: Sí, en el campo argentino, igual que mi abuelo, el anarco-bolchevique. Todavía mantengo la afición por los caballos. Me gusta montar, pero no al estilo inglés: no me gusta la equitación de los señoritos.

En la Patagonia conocí algunos indios mapuches (araucanos) a quienes despectivamente les decían “chilotes”, reviví muchas de esas experiencias, tamizadas por la fabulación, en mi novela Remington Rand, una infancia extraordinaria.

Tarzán Mis héroes de infancia fueron, en primer lugar, héroes de las historietas: Mandrake el mago, Rip Kirby, Vito Nervio y, sobre todo, Tarzán. Tarzán de los monos fue el primer libro “largo” que leí, a mis once años. Le siguieron El regreso de Tarzán,El hijo de Tarzán, Las fieras de Tarzán, Tarzán y el león de oro, y toda la serie. Entre medio leí Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn. A los doce años leí El jorobado o Enrique de Lagardere, de Paúl Feval; Príncipe y Mendigo; El corsario negro; La venganza de Montecristo; La llamada de la selva y Los tigres de la Malasia. A los trece, La isla del tesoro y, seguidamente, cantidad de novelas de Julio Verne. A los catorce mis inclinaciones se orientaron hacia la lucha social: La madre, de Gorki, La bestia humana, de Zola (que me excitó sexualmente), y un montón de literatura soviética: Banderas sobre las torres, Así se forjó el acero, la trilogía de Makarenko, y toda esa basura que se conoció como “realismo socialista”. También leí El talón de hierro y Martín Eden, ambos de Jack London. El último fue la novela que me hizo soñar con ser escritor (y también una suerte de aventurero).

Jack London

  

Adolescencia y juventud de atorrante

 

Fui mal estudiante, para disgusto de mis padres. Antes, a los 15 años, me escapé de casa y, con un amigo, fuimos a parar a Río de Janeiro, donde me hice limpiabotas para sobrevivir. Mi padre me siguió el rastro y fue a buscarme: antes de volver a Buenos Aires me alojé con él, en el Copacabana Palace. Desde entonces amo Brasil, ¡cómo amo Brasil!

  

En ésta fotografía se me puede ver en Río de Janeiro, acompañado de mi padre, que es el que está en el centro. A su izquierda un turista argentino que conoció en el avión (mi padre siempre fue muy sociable). Las ropas que visto también son de mi padre, las que yo me llevé puestas desde Buenos Aires, al embarcar como polizón en el transatlántico Castelbianco, estaban hechas un desastre. Al fondo, el célebre cerro carioca llamado PaÕ de Açucar.

Río de Janeiro

Haifa

También amo a Chile, donde viví largas temporadas en los años 67; 68 y 69.

Mi padre dejó la ingeniería y se dedicó al comercio; yo milité en un movimiento sionista socialista y el año 56 lo pasé en Israel, en un kibutz, donde acabé de desilusionarme del socialismo.

En esta foto poso con una familia israelí, en las cercanías de la ciudad de Haifa.

  

En el 58, en Buenos Aires, siendo estudiante, me definí como “existencialista”, pero ya simpatizaba con Camus, y no con Sartre. En el 59 viví en Brasil, en Porto Alegre. En el 60 me definí como “beatnik”: barba, bares bohemios, vino tinto, mujeres... y guitarreadas folklóricas, que no rock and roll. El año siguiente, con mi amigo Julio Boris, construimos una canoa tipo kayak, la subimos río arriba a bordo de un par de barcos fluviales, y luego bajamos por el Paraná, desde las Cataratas del Iguazú. Los recuerdos de esa aventura, que duró tres meses, quizá merezcan un libro. Tal vez algún día lo escribiré... Tal vez, si no me hago demasiado viejo, repita la travesía. 

Raid

Los diarios de la época dieron noticia de nuesto “raid”. Entre otras cosas, informaron que nos había apresado la policía del Paraguay, acusados de preparar una invasión contra el dictador Stroesner... pero esa es otra historia

Las que siguen son otras tantas fotos de la travesía por el río Paraná

Boris y yo en la orilla, a poco de desembarcar. En la foto de al lado estoy con el cabo de la Prefectura Marítima Gerardo Romero. En la tabla una lampalagua puesta a disecar. Se trata de una serpiente constrictora, de río, que una hora antes había pretendido almorzarse a la hijita de dos años de Romero. La niña la vio salir de un brazo del río y empezó a gritar, alborozada: “¡una nena, una nena!” Fuimos a ver y entendimos que la hijita de Romero llamaba “nena” a la lampalagua. El valiente fue Romero, que liquidó al pobre reptil con un golpe de pala de puntear... La vida a veces es cruel.

 

Los años “maduros” y los años en la secta

 

A finales del 61 me casé. En el 63 nació mi hijo Daniel, que ahora vive en Madrid, es un fotógrafo de éxito y me ha hecho abuelo. En el 65 publiqué mi primer libro de cuentos, Los humaneros, que tuvo buenas críticas, pero que hoy me parece malo. No pienso asumirlo: lo considero un borrador que pasó por la imprenta. En el 67 me divorcié. Trabajé como periodista y también como creativo de publicidad. En el 70 publiqué una novela “rara”, En este lugar sagrado. Es la historia de un literato que escribe sus textos en las paredes de los baños públicos. Puede que alguna vez vuelva a retomarlo, pero de ser así cambiaré muchas cosas.

 

Esta es la portada de En este lugar sagrado.
La dibujó y diseñó un artista genial, mi gran amigo Edgardo Giménez.

  

Ese mismo año mi vida tomó por un camino que hoy llamo “monstruoso”; una desviación en mi trayectoria vital: ese fue el año que ingresé en una secta que en otro tiempo mencioné y ya no quiero hacerlo.

 

Aquí estoy (soy el del centro, del lado derecho), con otros miembros de la secta en Yala, Jujuy, cerca de la frontera con Bolivia. Se trata de un entrenamiento de “iniciación” : Te sumergen la cabeza en una tina de agua hasta que te desesperas por respirar, te obligan a autocriticarte; ayunos, vigilias y torturas psicológicas. Quizá algún día escriba más extensamente acerca de estos “juegos”.He de reconocer que no me siento orgulloso de esa etapa de mi vida, aunque me queda el consuelo de saber que no he matado a nadie, pero en lo personal se trató de un error del que me llevó años volver. Regresar a la vida. Lamento que otros sigan presos de la dependencia psicológica de la secta, pero si  no estuviesen en esa máquina de picar carne tal vez estarían en otra peor. ¿Quién sabe? Lo más nefasto de todo era que además de sórdido, el ambiente que se respiraba resultaba muy aburrido.Si algo me quedó de todo ello, es que actualmente puedo presumir de conocer la génesis de la locura

  

  

Estas son dos perspectivas de la cabaña que servía de base de entrenamiento de la secta en Yala.

  

 

 

 

 

Retomar la escritura

 

En el 73 publiqué la novela La cámara del silencio; de este libro opino lo mismo que de Los humaneros. Después abjuré de la literatura y en el 75, en plena época de López Rega, me vine a España. Trabajé de parrillero, trabajé de camionero, tuve un kiosco de diarios y revistas. En el 79 conocí a mi actual mujer, cuando yo tenía 42 y ella 20. Nos casamos en el 91, teniendo ya dos hijos: Jacob y Oriol. Mi mujer, Assumpta, fue quien me convenció de que volviera a escribir y dejara de hacer el tonto. La verdad es que me costó retomar el ritmo: los primeros textos me parecieron redacciones escolares, pero al final concluí Conversación con el monstruo, que salió finalista en tercer lugar en el premio Planeta Biblioteca del Sur, de Buenos Aires, pero lo publicó Emecé. Después seguí escribiendo como un poseso, aunque me rechazaban en casi todas las editoriales. Hasta que al fin Áltera aceptó mis cuentos, Agujeros negros, y parece que no anduvieron mal. Acaso se deba a que suprimí mi primer nombre: Eduardo, adoptando -literariamente- el segundo: Lázaro. Como Lázaro Covadlo me levanté y anduve... y renací para la literatura. Yo creo en esas cosas. Después envié mi novela, Remington Rand... a un nuevo concurso de Planeta, y otra vez salí finalista; pero acabó editándola Áltera.

 La mayoría de los escritores españoles de mi preferencia son los mismos que me apoyaron, pero no es mero agradecimiento; nada de eso: es que no por nada estamos en la misma sintonía. Voy a nombrarlos, ellos son Enrique Vila-Matas, Sergi Pàmies, Quim Monzó, Ignacio Martínez de Pisón, Javier García Sánchez, Gustavo Martín Garzo, José Jiménez Lozano, Juan Bonilla y Antonio Muñoz Molina. Yo leí a todos ellos antes de que me elogiaran y antes de conocerlos personalmente. Otro escritor español que siempre me ha gustado ya no vive: me refiero a Ramón J. Sender. Si nos alejamos en el tiempo, tendría que nombrar a Valle Inclán, Gómez de la Serna. En fin, la lista es larga.

Si tuviera que confeccionar una suerte de canon personal no citaría autores y sí libros concretos, aunque no incurriría en la obviedad de nombrar a Don Quijote de la Mancha. Es claro que su lectura enriqueció mi visión de las cosas, igual que Tristram Shandy o Hamlet, pero la mayoría de los textos que hoy día tengo presentes son casi todos ellos relativamente breves, como Bartleby, el escribiente o La metamorfosis. A continuación doy una lista incompleta e improvisada de mi escueto y heterodoxo canon actual. No descarto –cómo podría descartarlo– que en el futuro pudiera ampliarse.

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Biblioteca Recomendada

 

El Evangelio segùn San Mateo

Tao teh King – Lao Tzé

El Lazarillo - Anónimo

Bartleby, el escribiente - Melville

Un corazón sencillo (cuento) - Flaubert

La cartuja de Parma - Stendhal

Las aventuras de Huckleberry Finn - Mark Twain

Tarzán de los monos - Burroghs

El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde - Stevenson

La metamorfosis - Kafka

El guardián entre el centeno - Salinger

Un día perfecto para el pez banana (cuento) -Salinger

Pedro Páramo - Rulfo

Gran Sertón veredas - Guimaraes Rosa

El perseguidor- Cortázar

Sur- Borges

Los siete locos - Arlt

El libro del desasosiego - Pessoa

De noche bajo el puente de piedra - Leo Perutz

El largo adiós – Raimond Chandler

El secreto de Joe Gould – Joe Mitchell

Soy leyenda – Richard Matheson

Vida y destino – Vasili Grossman

El loro de Flaubert – Julian Barnes

 

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Criticas


La Capital

El extraño caso del cuentista cáustico.  Carlos Roberto Moran

El Mundo

La narración es el antídoto de la estupidez.  Leandro Perez Miguel

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Entrevista


 

 

Para leer sobre los árboles...

Entrevista con Lázaro Covadlo

Por GABRIEL CONTRERAS/ Reforma

Barcelona, España.- (17 marzo 2001).- (17/Marzo/2001) Un día un bombero leyó la novela Remington Rand, del narrador argentino Lázaro Covadlo, encima de las ramas de un árbol. Los fotógrafos de la prensa barcelonesa acudieron presurosos a registrar ese extraño acontecimiento.

Lázaro Covadlo es uno de los escritores más imaginativos y particulares de América Latina.
Su imaginación es sencillamente desmesurada. Es dueño de un gran prestigio, tanto así que suele considerársele como un escritor de culto.

Su fama en España comenzó con la publicación de Agujeros negros, en 1997. A ese prestigio se han sumado piezas como Conversación con el monstruo y Remington Rand
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En esta entrevista, Covadlo muestra algunas de sus ideas en torno a la fantasía y la imaginación narrativa.

Sus libros se leen encima de los árboles, ¿qué piensa usted de eso?

Cuando en el periódico vi la foto del bombero leyendo mi libro sobre la copa de un árbol pensé en la frase esa de Oscar Wilde referente a que la realidad copia al arte. El día aquél (23 de abril de 1998) coincidía con la Fiesta del Libro y de la Flor, en Cataluña. En esas fechas, los bomberos de Barcelona efectuaban manifestaciones reclamando mejoras salariales. Por lo visto, el que había ocupado el árbol buscaba algo en qué entretenerse y eligió mi libro.

Soy tan curioso que unos días más tarde acudí al cuartel de bomberos, de la calle Provenza, para tratar de averiguar la identidad de mi lector. Para mi asombro, en una mesa escritorio del despacho había dos ejemplares de Remington Rand: al parecer su lectura se había puesto de moda entre algunos integrantes del cuerpo. Me felicitaron, y eso que por entonces yo era un escritor casi desconocido. Esperé el cambio de guardia y salí con algunos de ellos a tomar cerveza. Me parecieron unos tipos estupendos.

Usted tiene fama de rehuir las entrevistas, ¿por qué?

No es cierto que sea detractor de la entrevista periodística. Creo en el periodismo de calidad, así sea cultural, deportivo o de crónica social. Por otro lado, es cierto que los escritores necesitamos del eco de los medios de difusión para llegar a nuevos lectores. Quien afirme lo contrario miente como un bellaco, y si fuera veraz y consecuente debería recluirse en soledad, como Salinger.

Lo que pasa es que me producen repelús las preguntas de poco calado, como aquellas que formulan: "¿Cuál es el mensaje que quiere transmitir?", o que me piden que les hable de mi libro, cuando eso es justamente lo que debería hacer el periodista.

Yo puedo hablar de mí, pero no de mi libro, al que, precisamente, he escrito para no verme obligado a "hablarlo". Hay entrevistas cuyo nivel intelectual es tan poco imaginativo que te condicionan las respuestas y uno se ve obligado a chapotear en la misma charca.

Ahora bien, cuando las entrevistas son portadoras de un cuestionario inteligente, como sucede en este caso, y no lo digo para elogiar al entrevistador sino porque efectivamente se trata de un buen cuestionario. Cuando las entrevistas son portadoras de un cuestionario inteligente, digo, pues entonces me da gran placer contestarlas. Me hacen descubrir que en el fondo soy de lo más sociable.

Los más prestigiosos escritores sudamericanos de estos días parecen efectuar una especie de éxodo. Piglia está en California; Bolaño, en Barcelona; usted, en Sitges.Y Joyce vivió en Suiza; Nabokov, en Estados Unidos; Cortázar, en Francia... Hay diversas respuestas, podríamos tomar la de Pessoa, quien afirma que la patria es la lengua. Pero vayamos a la respuesta de Covadlo:

El concepto de patria es muy vasto. Para mí, la patria no es sólo un espacio físico sino también temporal. La patria argentina que yo reconozco es la que va desde 1937, el año de mi nacimiento, hasta 1975, el de mi exilio. Esos años en Argentina tuvieron un estilo, unas voces y unos olores, ni mejores ni peores que lo actuales, pero en todo caso, diferentes. Los militares barrieron con todo ello; cuando volví encontré otro país, otra gente.

Muchos de mis mejores amigos todavía estaban allí, pero otros habían muerto o se habían exiliado, así que lo que encontré es media patria. Por otro lado, como viví un tiempo en Brasil y otro en Chile, podría decir que también soy algo patriota de esos países en los que tuve vivencias felices.

Hace 25 años que vivo en España, de modo que ahora también soy un poco patriota de aquí. Fundamentalmente, mi patria soy yo. En ella caben mis amigos y mis seres queridos. Otras definiciones de patria me parece que fueran acompañadas por un fondo de marchas militares.

Comienza a hablarse de una especie de nuevo movimiento latinoamericano a nivel literario. Ahí suele ubicarse a Piglia, a César Aira, a Bolaño y a usted mismo, ¿se trata realmente de un movimiento o de una "suma de talentos independientes"?

Es una pregunta difícil, a la que no sabría responder con total seguridad, pero me inclino a creer que se da una serie de factores concomitantes que actúan en un momento dado, más que un movimiento literario. Podría ser que cada época genere sus propios escritores dados a testimoniar el pulso de su tiempo. Si bien, los que usted menciona, tenemos edades diferentes, todos nosotros nos hallamos muy impregnados por el ambiente y los sucesos de los años 60, 70 y 80.

Tal vez podría hablarse de una suerte de generación del 70, aunque la actual vigencia de nuestra narrativa acaso podría definirnos como escritores de frontera entre dos siglos... y ahora que lo escribo, de pronto se me ocurre que, asimismo, por nuestra lejanía de los respectivos lugares de origen, quizás seamos "escritores de frontera" a secas. Escritores de frontera entre siglos y entre países. Bueno, no sé, quizá esta definición sea demasiado pretenciosa.

Su esposa lo obligó a escribir por primera vez, ¿le estaba dando una bendición y un látigo, como dice Truman Capote?

Mi esposa sabía de mi necesidad de escribir, de manifestarme por ese medio, y en ese sentido supo darme un empujón. Creo que nunca terminaré de agradecérselo.

Gabriel Contreras, periodista cultural.

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